Para Jacques
Lacan hay una cierta homología entre lo
que se considera como obra, obra de arte y lo que recogemos en la experiencia
analítica, y por consiguiente no se trata de analizar el arte sino de dejarnos
enseñar por él.
Es uno de los tantos
avances de Lacan hacia el final de su enseñanza, que Félix Guattari retoma y
despliega, con su propuesta de un nuevo
paradigma estético. El artista está puesto en primera línea, él busca eso que rompe, eso que huye, eso que permite
deslizarse entre y fuera de las redundancias dominantes, las del yo, las
identidades, los ideales, los marcos y coordenadas del tiempo y del espacio, al
poner en juego la potencia estética del sentir.
También en las
instituciones -en donde no sólo el lenguaje está presente, sino también los
gestos, las imágenes, la arquitectura, el paisaje- las dimensiones creativas
nos permitirán deslizarnos entre y fuera de los protocolos, de la
normativización dominante, de la visión que uniforma. Lo que necesita de un
cierto agrupamiento, el formar parte de una red quizás, o de varias, que
permitan atravesar los encierros que las instituciones auspician, con sus
producción de oposiciones binarias excluyentes e infernales.
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